Marcos Rodríguez Pantoja: el niño que la civilización olvidó
En 1972, un niño analfabeto de 7 años fue abandonado en Sierra Morena, Córdoba. Lo que parecía una sentencia de muerte se convirtió en una extraordinaria lección de supervivencia.
Los lobos fueron sus maestros, enseñándole a encontrar agua bajo las rocas, distinguir plantas comestibles y cazar. Vivía con la manada, durmiendo en cuevas y adoptando el rol de lobo omega. Desarrolló una comunicación no verbal basada en gruñidos y señales para interactuar con sus compañeros peludos.
Cuando la Guardia Civil lo encontró en 1984, Marcos fue explotado en hoteles y obras. Sufrió burlas por su forma de comer con las manos y su mirada esquiva. Hoy, con casi 70 años, vive en una residencia en Galicia, aunque aún extraña las montañas.
Otras víctimas de la «civilización»:
Marcos no está solo. Otros casos similares incluyen a:
- Genie (Estados Unidos, 1970), encerrada durante 13 años, que nunca llegó a desarrollar un lenguaje completo.
- Oxana Malaya (Ucrania, años 90), criada por perros, que aún imita sus ladridos.
- Kamala y Amala (India, 1920), niñas ferales con comportamiento canino que fallecieron poco después de ser rescatadas.
Todos comparten un patrón: la sociedad los rescató, pero nunca los aceptó realmente.
¿De verdad salvamos a estos seres o los condenamos a una segunda muerte social? ¿Deberíamos replantear qué significa integrar a alguien y cómo acompañar ese proceso? Y en el caso de los animales no habituados al contexto humano, ¿facilitamos igualmente su tránsito?
Como dijo Marcos Rodríguez: “A veces, los humanos somos más peligrosos que los lobos”.
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