Alzar la voz a un animal refleja tus dificultades para gestionar las emociones.
Levantarle la mano habla de tu necesidad de controlar lo que no comprendes.
Burlarte de su miedo revela tus propias inseguridades.
Ignorar su dolor muestra una profunda falta de empatía.
Abandonarlo demuestra tu incapacidad para asumir responsabilidades.

Ningún animal merece violencia, indiferencia ni abandono.
Su vulnerabilidad no es excusa, es motivo para protegerles.
Cómo tratamos a quienes no pueden defenderse es un reflejo de nuestra propia humanidad.


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