Decir “animal doméstico” puede sonar inofensivo. Es un término común, ampliamente aceptado, y muchas veces utilizado con afecto. Sin embargo, detrás de esa expresión se esconde una historia larga y compleja de sometimiento, control y selección forzada.
Los animales que hoy conviven con las personas —perros, gatos, aves, roedores, entre otros— no llegaron a ese vínculo por elección propia. Fueron domesticados a lo largo de generaciones mediante un proceso dirigido por intereses humanos: modificación de comportamientos, reproducción controlada, dependencia estructural.
Nombrar ese proceso es visibilizarlo
“Domesticado” es un término más preciso que “doméstico”. Nombra el hecho de que la relación se originó desde una imposición, no desde una decisión libre por parte de los animales. Esa diferencia importa. Porque lo que nombramos y cómo lo hacemos revela el modo en que entendemos las relaciones entre especies.
¿Qué proponemos desde Red Tau?
Revisar y transformar nuestro lenguaje para reflejar una relación más ética, horizontal y empática. Algunos términos que consideramos más adecuados:
- Compañeros animales
- Familia multiespecie
- Animales con quienes convivimos
- Animales a quienes acompañamos
Estos conceptos no niegan la historia de domesticación, pero ponen el foco en el presente: una convivencia basada en el acompañamiento, el respeto y la responsabilidad mutua, no en la posesión ni el control.
El lenguaje importa
Lo que parece una cuestión terminológica es, en realidad, un cambio de mirada. Decir “animal doméstico” puede perpetuar la idea de que los animales son objetos de uso, propiedad o adorno. Hablar de “compañeros animales” o “familia multiespecie” nos invita a repensar los vínculos: desde la ternura, la justicia y la reciprocidad.
Porque cambiar las palabras es también empezar a cambiar el mundo.