O cuando el lenguaje normaliza la explotación.

El lenguaje que utilizamos para hablar de los animales revela y moldea cómo los concebimos y relacionamos con ellos. Un ejemplo claro es el término “animal de trabajo”, que presenta como algo natural que ciertos animales sirvan a las personas, y con ello, normaliza la explotación y el sometimiento.

Decir “animal de trabajo” invisibiliza el hecho fundamental: esos animales son forzados a realizar tareas que no han elegido, y que responden únicamente a necesidades humanas. No se trata de una relación basada en la cooperación libre o el respeto, sino de un uso instrumental y una imposición.

Nombrar con objetividad y conciencia es el primer paso para entender cómo nos conformamos como sociedad y hacia dónde queremos ir. Es una invitación a cuestionar prácticas, a reconocer la complejidad de estos vínculos y a buscar alternativas que respeten la autonomía y bienestar de todos los seres involucrados.

En lugar de términos que refuercen la idea de propiedad o servicio, proponemos hablar con mayor claridad y ética sobre estas relaciones:

  • Animales usados en tareas humanas
  • Animales forzados a trabajar
  • Animales explotados por su fuerza o habilidades

Este cambio en el lenguaje no es solo semántico, es un paso hacia una conciencia más crítica y compasiva. Reconocer la explotación es el primer paso para transformarla.


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