Los llamados “perros de asistencia” desempeñan un papel fundamental al realizar tareas para personas con diversidad funcional, Trastorno del Espectro Autista (TEA) o víctimas de violencia. Sin embargo, este vínculo, aunque muy valioso para quienes lo necesitan, no debe ocultar una realidad que a menudo pasa desapercibida: estos animales son usados para suplir carencias de un sistema que no garantiza derechos humanos básicos, y en muchos casos, esto se hace sacrificando derechos fundamentales de los propios animales.

¿Qué derechos animales están en juego?

  • Necesidades básicas como un descanso adecuado muchas veces no se respetan.
  • El uso frecuente de arneses restrictivos puede limitar el movimiento natural de las escápulas, provocando patologías dolorosas y limitantes.
  • Estos perros no siempre reciben la atención veterinaria necesaria para tratar estos daños, ya que su salud queda subordinada a la función que desempeñan.

Lo esencial es entender que estos perros no son herramientas ni recursos; son seres sintientes con derecho a una vida digna y a un bienestar real, más allá del servicio que ofrecen.

Es necesario promover modelos que prioricen el respeto hacia ellos, que garanticen su salud integral y que reconozcan su valor intrínseco, no solo su utilidad.

Los animales no deberían ser la solución a fallos estructurales de nuestra sociedad.


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